En el paraje de «Murillo», sobre el pueblo de Mues, hubo un poblado durante la Edad del Hierro con su santuario rupestre

Autor: Pedro Argandoña.
Pues sí, aunque el poblado hace bastantes años que es conocido, ya que muestra un emplazamiento típico de esos asentamientos, no ocurre lo mismo con el santuario rupestre o espacio ritual que se encuentra en un afloramiento rocoso, en el extremo suroeste del castro.



Paraje de «Murillo», sobre el pueblo de Mues.

La presencia de unas cazoletas rituales, junto a dos grupos de grabados fusiformes, resultan determinantes para interpretar que los habitantes del poblado realizaron algún tipo de ritual en ese lugar.

Estos surcos de carácter ceremonial aparecen en un amplio abanico de contextos y presentan diferentes cronologías, pero los que estamos comentando entrarían en lo que los especialistas en estos grabados de la Edad del Hierro denominan “Grupo pirenaico y prepirenaico”.

En la imagen se pueden apreciar los surcos de carácter ceremonial.

La elección del lugar no es nada casual, ya que las vistas desde la roca del santuario son espectaculares. En los nuevos hallazgos de estos espacios rituales, viene siendo habitual que la elección del área de culto fuera propiciada por la presencia de una religiosidad inmanente, que “facilitaba” la relación con lo trascendente. Aquí, además de los grabados, tenemos un afloramiento rocoso en un rincón del poblado, punto que favorece la privacidad y con unas amplias vistas sobre el territorio, especialmente del paso estratégico del Congosto. Este último sector será de importancia vital en época romana.

A pesar de la erosión, tras dos mil años a la intemperie, se aprecia claramente que los grabados fusiformes han sido ejecutados mediante la abrasión, algo común al grupo del área prepirenaica. También, su ubicación en el interior de un poblado fechado en la segunda Edad del Hierro resulta concluyente para fijar la cronología de este espacio de carácter ritual.

Finalmente, antes de hipotetizar sobre la función de este lugar de culto, debemos entender que no hay indicios de que esta gente tuviera un panteón al estilo de romanos y griegos. La etnografía nos muestra retazos de una religión de tipo animista, con una fuerte importancia en el poder protector de los antepasados y de los ciclos naturales.

Así pues, el carácter periférico del promontorio rocoso podría haber sido realzado con una simple empalizada, la cual serviría para garantizar la privacidad si el lugar fuera destinado para rituales de paso. Tampoco podemos descartar ritos propiciatorios a los antepasados míticos del poblado, encargados de velar por el bien de los habitantes y la protección del territorio.

En cualquier caso, como el lugar bien merece una visita, mantengamos un respeto por los vestigios. Resulta desalentador comprobar cómo todo lugar visitado con cierta asiduidad sufre algún tipo de deterioro, muchas veces por desconocimiento. Si conocemos el valor de este tesoro que nos han legado nuestros antepasados, entiendo que el respeto será máximo y dejaremos que la imaginación nos traslade a una sociedad belicosa en la que todos los habitantes del poblado empuñaban la lanza y el arado y que quedó definitivamente desestructurada con la violenta llegada de Roma.
  

BIBLIOGRAFÍA.
Royo Guillén, J. I., (2009): El arte rupestre de la Edad del Hierro en la Península Ibérica y su problemática: aproximación a sus tipos, contexto cronológico y significación. Saldvie 9, 37-69.
Martínez, A., Argandoña, P., (2016): El signum equitum de Altikogaña y el santuario del Balcón de Lazkua (Eraul. Navarra): simbología y religión de un poblado protohistórico. Munibe Antropologia-Arkeologia 67, 127-149.

Comentarios

  1. ¿Y ese grabado fusiforme en vez de uso ritual no podría estar relacionado con el procesado del hierro en ferrerías de montaña, que también se colocaban en lugares altos (expuestos al aire, por eso en euskera se denominan "haizeola") y que se asocian con castros?

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  2. En primer lugar, mila esker por leerlo y animarte a comentarlo.

    La verdad es que yo no conozco argumentos que inclinen la balanza a esa relación con las haizeolas. Hablo de memoria, pero creo recordar que en el entorno de Murillo tan solo han oído/conocido hablar de explotaciones de mineral de cobre, yeso o piedra para la construcción.
    Por el contrario, esa agrupación de surcos, cazoletas y canalillos tiene paralelos interpretados como de carácter ritual y el contexto geográfico de los grabados lo corrobora. Entre los paralelos de este conjunto tenemos un santuario gemelo: el Balcón de Lazkua (Larrión). Nuevamente se trata de un santuario con surcos fusiformes, ubicado en la periferia de otro poblado fortificado en la muga entre vascones y várdulos, aunque probablemente relacionados con este último grupo étnico.

    Los surcos del santuario del Balcón de Lazkua están realizados en roca caliza, igual que los del menhir de Ata (Errolan-arriya) y considero que ambos conjuntos tienen el mismo valor ritual. Descartada la función de afilado, resulta llamativo que estos últimos surcos también están emplazados en el entorno del «limes» que separaba vascones y várdulos. La aparición de un término augustal (mugarri) en la cercana localidad de Lekunberri, se ha relacionado con la línea de separación administrativa entre los conventus cluniense y cesaraugustano, la cual bebe de la separación anterior. Me parece que estos dos ejemplos son los grabados que reflejan la realidad de los conservados en Mues.

    Otra cosa será la multitud de surcos, ocasionados por diversos afilados, que aparecen en atrios, paredes de iglesias o edificios civiles. Realizados en piedra arenisca (lo que yo conozco), parece que la mayor parte tienen un nítido origen funcional. Se podría especular con las hendiduras de la iglesia de Gazólaz, ya que aparecen asociadas a zonas con un fuerte desgaste debido, según lo interpreto, al roce producido por una cuerda. Pueden ser restos de alguna práctica artesanal o lúdica, ya que el entorno de la iglesia fue lugar de múltiples actividades sociales y económicas, aunque quizás esas marcas de cuerdas tendrían relación con la exposición continuada de animales ofrendados (diezmos) o simplemente expuestos (comida de funeral) para ser posteriormente sacrificados. Ahora bien, este último relato resulta algo novelesco.

    Finalmente, estos grabados son un llamativo soporte que alentó la fabulación que quedó plasmada en el imaginario popular. En el valle de Allin se interpretan los surcos de la peña de Lazkua como producto del afilado de espadas por parte de los moros. Para los de Arakil, los de Ata son huellas de los dedos de Roldán y en Salazar dicen que los surcos visibles en la pared de una iglesia son marcas rabiosas de las garras del maligno.

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